Aproximadamente hace 1.800 años, los antecesores de la sociedad que hoy conocemos como “tairona” comenzaron a poblar las zonas bajas de la costa Caribe entre la Ciénaga Grande y el río Palomino, construyendo también pequeños asentamientos en las laderas de la Sierra Nevada. Hasta hace unos pocos años sabíamos muy poco acerca de este periodo, comúnmente conocido como “Neguanje” o “Buritaca”, y su relación con aquellas sociedades que encontraron los españoles en el siglo XVI. Sin embargo, las últimas investigaciones arqueológicas en los sitios de Bahía Chengue –Parque Tairona-, Pueblito –Parque Tairona- y Teyuna o Ciudad Perdida han encontrado sitios de habitación de estos primeros pobladores sepultados bajo las terrazas de tierra y piedra del periodo tairona (1000 a 1600 d.C.).
En este lapso, que va desde 200 d.C. hasta 1000 ó 1100 d.C., aproximadamente, los sitios de habitación se caracterizan por ser aldeas de entre cuatro y diez hectáreas con estructuras domesticas circulares, algunas de ellas ya con rústicos muros de contención en piedra. Las pocas estructuras funerarios de este periodo excavadas por arqueólogos indican la existencia de diferentes sociales en la población. Ajuares funerarios que incluían miles de cuentas de collar en cornalina, nefrita y jadeíta, acompañadas de orejeras, brazaletes y narigueras en oro han sido encontrados en tumbas del periodo de Neguanje.
Ya para el siglo XI o XII, los poblados en piedra de sus descendientes comenzaban a extenderse por toda la cara norte y costado sur oriental de la Sierra Nevada, dando inicio a una de las sociedades más fascinantes y menos estudiadas del continente suramericano. En 1948, cuando el explorador español Gonzalo Fernández de Oviedo ancló en la bahía de Santa Marta, más de doscientos cincuenta poblados tairona se extendían desde las bahías sobre el mar Caribe hasta los 2.700 metros de altura, con una población total que posiblemente superaba los doscientos cincuenta mil habitantes, diseminada en un área de unos cinco mil kilómetros cuadrados sobre la vertiente norte y sur occidental de la Sierra. Además de los poblados, algunos de los cuales sobrepasan las cien hectáreas, entre los siglos XII y XV también se construyeron las extensas redes de caminos en piedra que los conectaban entre sí, canales de irrigación, terrazas de cultivo y sistemas de canalización de aguas.
Aunque es usual referirse a toda esta población con el término “tairona”, la organización social y política que encontraron los españoles en la región a comienzos del siglo XVI era verdaderamente compleja. Si bien parece haber existido cierta unidad lingüística, y la arquitectura en piedra y cultual material compartida sugieren un alto grado de unidad sociocultural, los poblados, agrupados de distintas maneras, funcionaban como unidades políticas independientes unas de otras. Es decir, sabemos que en el siglo XVI algunos líderes extendían su dominio político sobre otros poblados y tenían bajo su mando a otros líderes de menor rango, llegando a controlar grandes territorios o “provincias”, como las llamaron los españoles, pero parece que ningún líder ejercía control sobre toda la población ni todo el territorio. Esto supone un complicado panorama sociopolítico en el que los distintos líderes probablemente competían unos con otros por extender su influencia mediante alianzas, festines, intercambio de bienes, y escaramuzas ocasionales entre ellos, por lo cual su poder y autoridad política aumentaba o disminuía acordemente.
Con la fundación de la ciudad de Santa Marta, entre 1525 y 1526, lo que hasta el momento habían sido expediciones comerciales de pequeña envergadura en territorio tairona pasó a ser una empresa colonizadora impulsada por la Corona española. A lo largo del siglo XVI, los distintos gobernadores trataron infructuosamente de someter a la población, cristianizarla y dominar el territorio, pero solo llegaron a controlar el área inmediatamente vecina de la pequeña colonia de Santa Marta y algunos pueblos del litoral, por lo que los pueblos ubicados Sierra adentro siempre estuvieron fuera de su control. En general, el siglo XVI se caracterizó por intensos periodos de conflicto seguidos de años de calma y restablecimiento de relaciones pacíficas de intercambio entre indígenas y españoles. Vista de esta manera, la empresa colonial española en Santa Marta fue un profundo fracaso puesto que no logró establecer pueblos permanentes en la Sierra ni dominar a su población. Era tan escaso el control territorial de los españoles sobre la zona que algunos líderes tairona alcanzaron a establecer relaciones comerciales con piratas ingleses t franceses, con los cuales intercambiaban piezas de oro por armamento –corazas, alabardas, espadas, dagas y arcabuces-, herramientas de acero –machetes y hachas- y vinos europeos. Al acceder a estos bienes exóticos, los líderes aumentaban su prestigio y autoridad política.
El lento pero progresivo abandono de los grandes poblados y aldeas tairona a lo largo del siglo XVI probablemente obedeció a múltiples factores que incidieron de manera importante sobre la población indígena. Además de los constantes conflictos, tanto internos como con los colonos españoles, la introducción de nuevas enfermedades, por ejemplo el tifo, la gripe, la influenza y la viruela a principios del siglo XVI ocasionó epidemias cíclicas que diezmaron la población. Si bien no poseemos cifras exactas para la Sierra Nevada, distintos estudios han demostrado que alrededor de 1570 la población indígena en distintas partes del Nuevo Mundo había descendido en promedio en un 80 por ciento, y los documentos sobre la zona frecuentemente mencionan la aparición de plagas. La frecuencia y magnitud de las enfermedades impidieron que la población se recuperara, lo que generó graves problemas en la estructura social indígena que le impidieron reproducirse.
Por otro lado, y aunque sus efectos tienden a ser exagerados, la campaña punitiva de 1599 – 1600, emprendida por el recién llegado gobernador Juan Guiral Belón, logró derrotar a la población tairona que vivía en las cercanías de Santa Marta. En ese año, los pueblos indígenas de Bonda, Macinga y Jeriboca se levantaron en su contra ante la insistencia por adoctrinarlos en el cristianismo y exigirles el pago de tributos a la Corona. El levantamiento inicial cobró la vida de tres frailes doctrineros enviados para convertirlos, por lo menos otros treinta españoles, entre ellos algunas mujeres y niños, y un número indeterminado de esclavos africanos y sirvientes indígenas. La retaliación española no se hizo esperar, Guiral Belón persiguió a los líderes políticos responsables del levantamiento hasta capturarlos y ejecutarlos, logrando de esta manera someter a los pueblos indígenas más cercanos a Santa Marta. A su vez, aquellos que sobrevivieron a la venganza fueron repartidos en distintas encomiendas cercanas a Santa Marta y se les prohibió volver a establecer poblados en las partes altas de la Sierra Nevada.
A pesar de este despliegue de fuerza, los colonos españoles nunca lograron establecer poblados permanentes en la Sierra Nevada en los siglos XVII y XVIII, por lo que el bosque lentamente fue cubriendo los grandes pueblos tairona. Se presume que la población indígena que sobrevivió migró hacia áreas fuera del control colonial.
La efectiva resistencia indígena y la poca penetración de los españoles en sus territorios durante el siglo XVI significaron, a diferencia de otras áreas de Sur América, la ausencia de descripciones detalladas sobre la sociedad y la vida diaria. Sin embargo, un resumen de las descripciones más confiables y las investigaciones arqueológicas nos presenta una sociedad altamente jerarquizada, con líderes políticos y religiosos, alfareros, orfebres y talladores de piedra especializados, y lo que parecía ser una elite guerrera.
Documentos de principios del siglo XVI describen a los indígenas de la zona como especialmente cuidadosos con la apariencia personal, por lo que los adornos y estética corporal parecen haber sido de suma importancia. Los hombres utilizaban narigueras y orejeras en oro, adornos labiales –bezotes-, y pectorales semilunares, además de collares con cuentas en concha, hueso, dientes, cornalina, cuarzo cristalino, jaspe, esmeralda, nefrita, y calcedonia. También era muy importante el arte plumario y se criaban aves específicamente para utilizar sus plumas en la confección de coronas, mantas y chalecos, o para engastarlas en adornos de oro o convertirlas en flores.
Los cronistas también coinciden en que aparte de estos adornos corporales el vestido en hombres y mujeres era bastante sencillo. Se menciona que los hombres usualmente andaban desnudos, a excepción de un cubre pene en concha, o una manta de algodón terciada sobre los hombros. Las mujeres utilizaban mantas de algodón alrededor de la cintura o de los hombros para cubrirse, además de grandes cantidades de cuentas alrededor del cuello, pantorrillas, tobillos y muñecas. Los documentos resaltan que las mantas eran de algodón finamente tejido, teñidas con varios colores y/o diseños, y que las usadas por personajes de más alto rango eran también adornadas con plumas y cuentas en oro y piedra.
Los pueblos estaban rodeados de cultivos de maíz, yuca, frijol y arboledas frutales, además de las pequeñas huertas con ají y plantas medicinales al interior de los poblados. Los cronistas españoles también mencionan la cría de abejas usando ollas de barro a manera de contenedores para las colmenas, y el uso de la cera para el vaciado de piezas de oro. En los pueblos costeros, la pesca y recolección de sal marina eran actividades especialmente importantes, puesto que se secaba y salaba el pescado para ser llevado a las partes altas de la Sierra como bien de intercambio.
Tomado de la guía para visitantes al Parque Arqueológico Teyuna – Ciudad Perdida del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH).
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